La fórmula de las películas sobre músicos ya es una receta bastante probada. Desde el éxito de "Bohemian Rhapsody" en 2018, hemos visto, año tras año, distintas adaptaciones de las historias de grandes artistas. Este año es el turno de El Jefe, The Boss, Bruce Springsteen.
Sin embargo, la biopic se aleja de las pretensiones a gran escala de las películas de Freddie Mercury o Elton John y prefiere el minimalismo y la intimidad de cintas como "A Complete Unknown" sobre Bob Dylan y "Walk the Line" de Johnny Cash. Así, busca mostrar la faceta más personal de uno de los ídolos del cancionero estadounidense.
La faceta más íntima de Bruce Springsteen en una biopic de menor escala
A estas alturas, las biopics musicales son bastante predecibles. Un inicio sobre la dura infancia del artista, su juventud rebelde e incomprendida, su meteórico ascenso, la caída ante las presiones de la fama y su eventual regreso a la cima. Una receta tan probada que el género ya difícilmente logra sorprender.
Algo de lo que parece estar consciente Scott Cooper, director detrás de "Springsteen: Música de Ninguna Parte", quien hace múltiples esfuerzos por diferenciarse de las decenas de cintas similares en los últimos años, aunque no siempre lo logra con el éxito esperado.
Y es que la cinta no cuenta la historia de vida de Bruce Springsteen. Más bien se centra en uno de los periodos más oscuros de su trayectoria, la creación de su disco de culto de 1982, "Nebraska". Basándose en el libro "Deliver Me from Nowhere" de Warren Zanes y en la propia autobiografía de Springsteen, "Born To Run", el director busca un retrato más íntimo que capture la esencia de estos años.
Después del éxito de su última gira, Bruce Springsteen regresa a su ciudad natal para alejarse de la atención mediática. Sin embargo, luego de que los fantasmas de su pasado comiencen a acecharlo, su proceso creativo se transforma en una espiral de obsesión y autodestrucción.
Jeremy Allen White ("The Bear") es el encargado de darle vida a este Bruce Springsteen. Uno bastante lejano a la imagen de showman que muchos podrían tener en mente. El ganador del Emmy debe mostrarse en su momento más introspectivo, aislado del mundo y atrapado ante sus pensamientos negativos.
A diferencia de Rami Malek en "Bohemian Rhapsody" o Timothée Chalamet en "A Complete Unknown", Jeremy Allen White no tiene muchas escenas sobre el escenario. Más bien, lo vemos en pleno proceso creativo: escribiendo canciones, grabando sus propios demos o explorando su faceta más íntima —familiar y romántica— mientras lidia con su padres y un nuevo amor.

Algo atípico para las biopics musicales, cuyo fuerte suele encontrarse en esas escenas de gran escala, donde la estrella se luce frente a miles de fanáticos. "Springsteen: Música de Ninguna Parte" no es una historia triunfante; más bien, en muchos momentos resulta casi lastimera al mostrar lo destructivo que puede ser el proceso creativo.
Aun así, Jeremy Allen White tiene bastantes momentos para lucirse en la gran pantalla. Incluso si sus característicos ojos azules permanecen ocultos tras los lentes de contacto, la expresiva mirada del actor sigue llevándose todos los aplausos. Eso, combinado con su auténtica transformación, que no llega a ser una burda imitación o parodia, lo pone junto a los grandes del género.
Cuando la música no es suficiente para salvarte
El proceso creativo es el eje central de "Springsteen: Música de Ninguna Parte". Sin embargo, no necesariamente en un sentido positivo. Aunque la cinta comienza mostrando cómo la composición de nuevas canciones le otorga cierta paz y esperanza a Bruce, pronto lo vemos caer en una espiral de autodestrucción.
Pese a contar con buenas canciones, Springsteen empieza a obsesionarse con cada mínimo detalle: las nuevas grabaciones no suenan tan bien como sus demos, y la banda es incapaz de recrear la intimidad de las primeras tomas. Peor aún, esa música no refleja lo que realmente está sintiendo.

Y es que uno de los golpes más duros que plantea la cinta es que, a veces, tu arte no es suficiente para salvarte. De hecho, en ocasiones puede hundirte aún más. Incluso si la música lo ayuda a enfrentar sus fantasmas, eso no significa que el resultado no sea devastador.
Por excelentes que sean sus canciones, nada borrará los abusos de su infancia. Otro Top 10 o un éxito global no detendrá las adicciones de su padre. Y hacer un disco introspectivo que refleje su sentir no bastará para que lo que lo atormenta en el alma desaparezca.

Bruce Springsteen está solo. O peor aún, se siente solo. Incluso con el constante apoyo de su representante —interpretado con aplaudible sutileza y empatía por Jeremy Strong (Succession)—, el músico no logra salir del pozo oscuro en el que se encuentra.
¿Qué queda por hacer? La película lo tiene claro y lo deja en evidencia en una escena crucial que podría poner a Jeremy Allen White en la conversación por el Oscar. Porque, incluso las grandes estrellas y genios, a veces también necesitan pedir ayuda.
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