De seguro te ha pasado que cuando permaneces mucho tiempo sumergido bajo el agua, en una piscina o en un baño de tiña, las yemas de tus manos se arrugan, se ponen como "dedos de viejito" y vuelven a la normalidad al rato después, cuando estás bien seco. 

Algo que todos hemos experimentado alguna vez, pero ¿te has preguntado por qué ocurre esto?

Mark Changizi, un neurobiólogo evolutivo de los laboratorios 2AI de Idaho (Estados Unidos), ha intentado responder esta interrogante y expone una teoría que al menos, suena convincente.

Al estar nuestras manos en permanente contacto con agua, los glóbulos de la sangre situados debajo de la piel se encogen, como respuesta a un impulso del sistema nervioso autónomo.

Un acto espejo de la evolución humana

"Las arrugas en la yema de los dedos crean canales que permiten que el agua se drene mientras presionamos nuestros dedos contra una superficie mojada, a la vez que aumenta la superficie de contacto, permitiendo movimientos más ágiles y seguros", explica un artículo publicado en la revista Brain, Behavior and Evolution, Changizi.

Para profundizar más en el tema, un grupo de científicos de la Universidad de Newcastle, llevó a cabo una investigación que arrojó como conclusión que las arrugas en las manos funcionan como mecanismo de adaptación del ser humano, el que permitiría en tiempos pretéritos, agarrar de mejor forma sus alimentos del agua y ahora, se sabe que efectivamente e los dedos arrugados ayudan a la gente a manipular objetos mojados.

Para comprobar lo anterior, científicos experimentaron con 20 personas, a las que les pidieron que trasladaran bolitas mojadas y secas, de un recipiente a otro por estrechos corredores.

El resultado fue claro: la tarea se desarrolló de mejor forma cuando las yemas ya estaban arrugadas por efecto del agua, que cuando estaban secas.

Una teoría con la que no toda la comunidad científica está de acuerdo, pero al menos son luces para una pregunta que siempre hemos querido responder.

Te podría interesar: Consumidores de marihuana tienen un cerebro más “ruidoso”, según estudio